martes, 26 de noviembre de 2013

Voy andando...




        Voy andando por las frías calles mojadas. Hace solo una hora estaba lloviendo, razón por la cual todo mi nuevo pelaje está húmedo.
       Aún sigo pensando en cómo ha pasado todo. Intento buscarle una explicación lógica. Pero no la encuentro, es difícil encontrarla.
          Las preguntas inundan mi cabeza.
      ¿Por qué ahora ando a cuatro patas, en vez de sobre dos piernas? ¿Por qué mi cuerpo se ha reducido de tamaño y ha cambiado de color? ¿Por qué mi piel está cubierta de pelo y las palabras no salen de mi boca?
       Veo como pasa la gente a mi alrededor mientras esas preguntas sin respuesta vagan solitarias por mi mente. Algunas personas se paran a acariciarme, y otras, prefieren evitarme. Por suerte no ha aparecido ningún perro rabioso con ganas de juego. Ya es suficientemente difícil para mí andar a cuatro patas, y no quiero ni imaginarme como tendría que ser el tener que salir corriendo.
          Cansada de dar vueltas, miro hacia todos lados. Desde este punto de vista todo es distinto. Las rocas parecen montañas. Los edificios, rascacielos. Y las personas, gigantes.
       He de decir que aunque mi aspecto físico ha cambiado, el sentimental sigue al igual que antes. Aunque queda esa pizca de miedo y de terror a lo que pueda pasarme a partir de ahora.
         Miro hacia delante, mi cuerpo está reflejado en el cristal de un escaparate con dos sencillos vestidos expuestos a toda la gente que pasa por delante. Puedo observar mi rostro horrorizado, el cual se desvanece cuando una pequeña niña, con pelo rubio y recogido en una pequeña coleta rosa me acaricia. Con ojos brillosos, le hace una pregunta a la que parece ser su madre. Ella asiente, cayendo en los encantos de la niña. Esta última da un pequeño salto, seguido de unas palmadas y me coge en brazos. Al poco rato, me encuentro en un gran jardín, detrás de una casa y estoy sola. La niña no tarda en volver y trae consigo agua, comida e infinidad de juguetes. Vuelve a acariciarme y quiere que juegue con ella.

       Puede que, al final, despertarme siendo un gato no haya sido lo peor que me ha pasado.

Irene Aragón Pérez 3ºB