miércoles, 13 de abril de 2016


La curiosidad mató al gato

Allí estaba, sentado, como cada mañana solía hacer, con su peculiar color de pelo, blanco nevado, y unos ojos pequeños y azules de mirada penetrante, tirado en las calles de Los Ángeles sobre un extraño futón deteriorado.
Y allí estaba yo, antes de ir al trabajo, observándolo y tomándome el café, intentando arrancar de mi ese terrible enemigo mundialmente conocido como el sueño.
Era todo un misterio que me tenía desconcertada y, además, siempre se repetía la misma secuencia. Llego al restaurante, pido mi café, no muy cargado, cojo asiento en la mesa justo en el ventanal, él llega unos minutos después al callejón, perfectamente visible desde donde yo estaba situada y se sienta en su futón. Saca de su mochila una armónica y comienza la función. Hipnotizada por aquella melodía angelical, era incapaz de pensar en otra cosa. ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? ¿Por qué me llamaba tanto la atención?


Tras terminar el desayuno, sentí la necesidad de hablar con él o, al menos, conocerlo. Me acerqué y justo antes de llegar, desapareció como por arte de magia al cruzarse un camión. Me quedé atónita y me resultó inquietante así que me dirigí al callejón donde se encontraba. No había nada fuera de lo común, o eso pensaba. Me di por vencida y abandoné la búsqueda pero en ese instante, un susurro surgió del silencio y una silueta oscura de las sombras. No podía distinguir quién era y mi instinto me invitó a correr lo más rápido posible pero no fue suficientemente rápido como para poder escapar. Dos manos agarraron mis brazos frenándome en seco. En el reflejo de un cristal roto vi como me sostenía un hombre con una bata blanca en la que pude distinguir unas iniciales, que si no recuerdo mal eran F.N.C. ¿Qué podrían significar? 
Segundos después, perdí el conocimiento despertándome después en un lugar extraño y desconocido para mí.
Apenas había claridad pero había la suficiente como para saber que nada bueno iba a pasar. Estaba atada a una silla con un trapo en la boca así que poco podía hacer. A lo lejos se escuchaban unas pisadas aproximándose cada vez más a la habitación en la que me encontraba. De repente, los pasos cesaron y una sombra se pudo visualizar bajo la puerta. El pomo empezó a girar, la puerta crujía poco a poco hasta dejar el rostro del secuestrador a plena luz, cuya cara ya conocía. 
El misterioso armonicista.

José Cristian Cazorla 1 Bachillerato A

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